
Pocas revoluciones de la humanidad han marcado tanto su destino como la aparición de la agricultura.
Sin agricultura, el desarrollo humano no habría alcanzado el nivel actual, incluso hay expertos que opinan que sin la agricultura el género humano se habría extinguido hace muchos siglos.
Hay que retroceder más de 10.000 años en el tiempo para encontrar los primeros vestigios de actividad agrícola.
El paso de cazadores recolectores a agricultores permitió la aparición de asentamientos humanos y todo el desarrollo posterior hasta nuestros días.
Es muy probable que apareciera en varios puntos del planeta a la vez y en paralelo, así lo indican los expertos.
Pero ¿Quién inventó la agricultura?
Esa es una pregunta difícil de responder sin aplicar un poco de imaginación a los datos que los científicos nos pueden aportar.
Imaginemos entonces:
Estamos en el año 8.000 antes de cristo una mañana soleada, que para nosotros sería del mes de junio. Juan Cazador se adentra el bosque, en un claro donde lo espera su pareja Ana Recolectora.
Los dos viajan sin un destino concreto a la busca de víveres para alimentar a su prole, que les sigue a corta distancia.
Juan se protege tras un árbol para no descubrir su presencia a la pieza que pretende cazar.
A su lado crecen unas hierbas altas con unos granos al final del tallo. Juan tiene hambre, la cena, compartida con los niños fue bastante frugal.
Recuerda que Ana le ha hablado de esas plantas, ella a veces las recolecta en el bosque y las da de comer a los hijos.
Juan arranca un manojo de aquellas espigas, las estruja entre sus manos, tal como Ana le indicó, sopla para que los granos queden limpios y se los lleva a la boca. Esta bueno y sirve para saciar su hambre, tiene que recordar esa planta en sus viajes por el ancho bosque.
Antes de abandonar su escondite toma una vez más un puñado de grano y los come. Algunos resbalan de sus manos y caen al suelo, los deja allí. Antes de salir arranca los matojos que compiten con su planta amiga, “si la cuido dará más granos”, piensa Juan, “por si otro día paso por aquí de nuevo buscando caza.”
Y en efecto muchas lunas después, pasada la temporada de lluvias, Juan estaba de nuevo junto a aquel árbol, miró alrededor buscando su planta amiga, pero no ya no estaba. En cambio, donde habían caído los granos de sus manos, crecían nuevas plantas en las que empezaban a aparecer las espigas. Crecían donde el arrancó los matojos.
Aquella noche, junto a Ana en el bosque, hablaron de ese fenómeno que ya ambos habían observado. Las plantas producen semillas que cuando caen al suelo producen nuevas plantas y si les quitas las hierbas que compiten con ellas por la luz, crecen más.
¿Podrían ellos hacer producir a esas plantas cantidades suficientes para no tener que deambular en busca de comida?
A la mañana siguiente limpiaron un trozo de terreno y depositaron allí algunas de las semillas que Ana había recolectado el día anterior. Pasado un tiempo volverían a ver el resultado.
Acababan de iniciar una revolución que cambiaría la vida de su familia y la de sus semejantes en los siglos venideros.
En aquel claro del bosque vivieron Juan, Ana y sus descendientes que ya no fueron solo cazadores y recolectores nómadas, sino Agricultores.
Bien pudo ocurrir asi o de forma parecida: la observación de la naturaleza, los ciclos de los días y las noches, el paso de los meses, el comportamiento de las plantas, todo ello se tradujo en una revolución que cambió la historia de la humanidad.
Hoy en día el agricultor sigue teniendo la misma misión, “alimentar a la Humanidad” para que esta siga desarrollándose material y espiritualmente y, para ello, sigue observando la naturaleza que le enseña día a día. A cambio, él la cuida.